Creo que nunca olvidaré ese martes cuando junto a mis dos hermanas y unas amigas, en un viaje por Guatemala camino a Chichicastenango, decidimos parar en un pequeño local a comer. Salimos desde Antigua muy temprano y viajamos en un bus incómodo para llegar al medio día a un pueblo, cuyo nombre no recuerdo, donde encontramos ese restorán donde finalmente elegimos sentarnos.
Tener hambre me pone de mal humor, así que los ánimos en el grupo no eran los mejores. Por eso, apenas llegamos al pueblo, lo primero fue buscar un lugar para comer. Nos sentamos y preguntamos por las opciones, y nos enteramos que ese día solo había pollo guisado con arroz. Ansiosas, nos pusimos a conversar esperando que el tiempo pasara lo más rápido posible y a los 20 minutos vimos salir al hombre que nos había atendido. Volvió al poco rato con unos tutos de pollo fresco en una bolsa plástica de dudosa procedencia, lo que nos dejó un tanto intranquilas.
El tiempo pasaba y de nuestro plato, ninguna pista. Hasta que casi una hora y media más tarde, el hombre puso nuestros platos en la mesa. Aún recuerdo mi sensación al ver mi esperado pollo cubierto de una salsa viscosa de color rosado eléctrico, como si fuese plasticina o la hubiesen teñido con tinta de lápiz. ¿Por qué esta anécdota habita en mí tan vívidamente?
Al momento de comenzar a reflexionar acerca de cómo presentamos lo que comemos, esta escena es lo primero que se me viene a la cabeza, incluso después de ocho años. Puede parecer raro o contra intuitivo considerando que, el pollo con salsa fucsia, es justamente lo opuesto a lo que debiésemos hacer al momento de servir un plato o esperar de uno cuando lo recibimos.
Comer es algo cotidiano, rutinario. Es lo que nos hace estar vivos. Entonces ¿por qué no darle el cuidado que merecen los alimentos y su presentación por la noble tarea de mantenernos con vida? ¿Es que quizás creemos que eso es solo para ocasiones especiales? ¿O para restaurantes? ¿O para algunas personas que saben cómo hacerlo?
Probablemente, se debe a que en realidad no nos damos cuenta de lo importante que es cuidar, ver y estar presentes en las acciones que son reiterativas para nosotros en el día a día, tal como lo es el comer. Investigaciones han demostrado lo relevante que puede ser poner atención a estos aspectos que generalmente pasamos por alto. Un estudio realizado por especialistas del Departamento de Psicología Experimental de la Universidad de Oxford, en Inglaterra, demostró que los elementos asociados al acto de comer como lo son los cubiertos, los platos y la presentación de los alimentos, influyen en la percepción del sabor. Para llegar a esta conclusión, el estudio presentó un plato de ensalada en el clásico estilo chopped a un grupo de comensales y luego el mismo plato simulando una obra de Kandisnky. El plato cuya presentación representaba la Pintura Número 201 del artista fue evaluado con mejor sabor que la opción de ensalada tradicional, a pesar de que ambos tenían exactamente los mismos ingredientes.
Para mí, cuidar cómo y dónde monto mis comidas significa darme un espacio personal para disfrutar lo que como. En mi día a día, muchas veces se trata de un breve momento en el que paro y miro lo que estoy preparando, y eso le da cierto sentido a mi rutina. Cuidar la presentación o montaje de nuestras preparaciones cotidianas no significa convertirlas literalmente en una obra de arte. Pequeños cambios pueden marcar una diferencia y cuidar lo estético se convierte en una tarea fácil si pones atención a ciertos detalles.
Aquí, algunos buenos consejos:
- Es preferible buscar formas de loza redondas, porque la mayoría de las preparaciones de la casa tienden a tener esa forma, por lo que en platos cuadrados se desparraman.
- Los platos extendidos con borde más alto, similares a un bowl abierto, sirven para preparaciones más secas como el arroz y para aquellas que tienen salsa, como pastas o algunos guisos.
- Es importante elegir el tamaño adecuado del plato o la fuente que utilizarás. Es mejor que sobre espacio a que la preparación se desborde.
- En el montaje de platos, que sobre espacio en una superficie plana nos da la posibilidad de jugar con la ubicación de la comida. Dejar espacio libre a uno de los costados permite poner una línea de salsa si la preparación lo amerita.
- Para las pastas largas una alternativa es enrollarlas formando algo parecido a un espiral, en vez simplemente desparramarlos.
- Invertir en ollas lindas, como las de fierro fundido, también ayuda, porque nos evitamos tener que cambiar la comida a una fuente y podemos servir directamente en la mesa.
- Terminar las ensaladas o sopas con algunas semillas de zapallo, sésamo o amapolas.
- En cuanto a los colores, las preparaciones coloridas nos parecen atractivas y debemos aprovecharlo. Para eso, hay que cuidar el color del plato. Los tonos de loza claros, o en tonos tierra, funcionan bien como fondos.
- Los platos verdes o azules oscuros funcionan siempre que sean en tonos saturados o brillantes. De otra forma, el fondo se tiende a confundir con la comida.
¿Qué pasó al final con ese inolvidable pollo fucsia? Bueno, resulta que teníamos hambre. Habíamos esperado mucho rato y no teníamos demasiada plata, así que -muy a mi pesar- lo comimos igual. Mejor habría sido, en todo caso, recordarlo por lindo.